Miércoles de Ceniza

Conferencia para la Cuaresma 2021 – Miércoles de Ceniza

Monasterio de Santa María de la Santísima Trinidad

Lurín, 17 de febrero 2021

Al iniciar este tiempo de Cuaresma, hoy Miércoles de Ceniza, recordamos lo que la Regla de san Benito nos habla en el Cap. IL: La vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal. El sentido de la cuaresma es renuncia al mundo y entrega al Señor. Así, la vida del monje necesita recordar el abandono del mundo y de sus placeres, la mortificación, la lucha contra las pasiones y el pecado. Vemos que, desde antiguo, las comunidades monásticas se han ejercitado en este combate espiritual. Respecto a nuestra comunidad benedictina de Lurín, ha sido costumbre el manifestar, al menos una de  entre las mencionas prácticas cuaresmales, lo que ofrecermos en este tiempo, tal como los antiguos Padres que tomaban su tiempo pensando qué mortificación especial podían hacer en el periodo de la preparación pascual.

En el epílogo de la Regla, san Benito contempla asombrado las hazañas de los antiguos Padres de monjes y recomienda seguir sus pasos para crecer en nuestro compromiso monástico y abandonar la mediocridad de vida, al calificar como “tibios y perezosos”. San Benito recomienda las penitencias cuaresmales, pero  le importa más que nada la conversión interior. Durante la cuaresma el monje debe aspirar a la “pureza de corazón, fuente de la oración pura”. Y “la oración pura” implica el amor perfecto. El monje debe realizar en su vida, y durante la cuaresma especialmente, el contenido de los capítulos: de las buenas obras (IV) a la humildad (VII) de la Santa Regla, que son ya una lectio divina y una buena preparación para el sacramento de la Reconciliación. Por eso, sería aconsejable, hermanos, meditar acerca de estos instrumentos de las buenas obras que son un resumen de las prácticas del cristiano buscador de la perfección en Cristo. Sería útil también meditar sobre el capítulo VII sobre la humildad que nos dirige al reconocimiento de lo que somos y lo que nos falta ser a la luz de Dios.

Si en la Pascua se nos muestra al Señor resucitado; en la Cuaresma  se nos invita al camino de la cruz. “La vida del monje es un seguimiento del Crucificado. La Pascua festiva sigue al tiempo litúrgico de la cuaresma. La gloria del día de Pascua eterno junto a Cristo sigue a la cuaresma de la vida monástica aquí en la tierra. Vida terrena y vida divina se muestran como analogías de la Cuaresma y la Pascua. El monje desea con ansia la Pascua litúrgica, y luego la eterna, donde perpetuamente podrá decir en la alegría del Espíritu Santo: “Abba, Padre” y con el apóstol Tomás: “Señor mío y Dios mío”. El combate ascético, a menudo tan duro, alcanza así su plenitud última. Toda la ascesis monástica sólo tiene sentido si se mira la santa Pascua. No hablamos de masoquismo, sino de preparación consciente. La Cruz de la cuaresma y del Viernes Santo resplandece en medio del luminosidad pascual de la perfección”.

El capítulo IL de la Regla presenta de modo incisivo las actitudes existenciales del monje tal como san Benito lo querría para sus monjes durante todo el año. Inspirado en la tradición de la Iglesia y en el monacato antiguo describe en síntesis las actitudes y los medios que el monje ha de adoptar para renovarse cada año durante el tiempo cuaresmal de cara a la celebración de la Pascua. En la vida práctica vemos que un acto forma un hábito y éste a la vez se convierte en costumbre. Pues bien, actitudes propuestas en este tiempo, nos ayudarán para que en la repetición de actos, ejercitemos virtudes que nos acompañarán por el camino del bien.

“Dos cosas de gran valor debemos anotar en el capítulo IL de la RB dedicado a la Cuaresma. Son dos puntos importantes.  Primero está la mención del Espíritu Santo (en el v. 6) que pone de relieve la dimensión trinitaria de la Regla, cuando dice: Por eso durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto. En segundo lugar encontramos la visión de la Cuaresma como espera y preparación de la Santa Pascua (v. 8), al decir: que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual. De esa manera la ascesis practicada en este tiempo queda centrada en el misterio pascual de Cristo.

La idea de  la cuaresma para todo cristiano, incluyéndonos nosotros,  se reduce a llevar una vida íntegra en el presente, y a purificarse del pasado; una vida en que la perfección cristiana obtenga todo su esplendor. Es por esto que el monje abandona el mundo; porque  no vinimos al monasterio para una vida fácil ni relajada, al contrario, la llamada o invitación que Dios nos hizo es justamente para experimentar un tiempo de transformación y elevación que nos propone la vida monástica. La exigencia es para todos lo que estamos aquí, con nuestro carácter, dones y debilidades. San Benito se inclina siempre hacia los que son débiles. Los fuertes, al igual que aquellos monjes antiguos que despiertan nuestra admiración, no necesitan dedicar un tiempo especial a la propia perfección, porque constantemente, durante todo el año, trabajan en ella con todas sus fuerzas, ingeniándose con prácticas especiales por romper con las frecuentes tendencias del hombre imperfecto.

Para que la gracia de Cristo obtenga plena eficacia, y el alma se adhiera cada día más a Dios, es preciso que el monje lave con la penitencia y las lágrimas de compunción las faltas cometidas durante todo el año. Por eso, las prácticas que nos conducen a la santidad son importantes. Sabemos que la santidad es incompatible con la satisfacción de los propios apetitos. Es por eso necesaria la mortificación moral y física; pretender santificarse de manera fácil es hasta absurdo. Ojo, y no estamos hablando de superficialidad en nuestros actos. San Benito se expresa sobre la penitencia con gran sobriedad. No permite ni la exageración ni la superficialidad. No es mortificarse por mortificarse.  Es ir a lo central y concreto de la vida de manera humilde. Es importante ser conscientes de los excesos y el orgullo.

En conclusión, se nos propone la vivencia monástica de gratuidad, de oblación espontánea como ofrenda a Dios. Además, se nos propone crear un ambiente con futuro y no mediocre. Que los monjes deseen el anhelo espiritual, lleno de esperanza. Que no sea simplemente un mero esfuerzo de la voluntad, sino que la alegría vivida sea auténtica por la acción del Espíritu Santo. Junto a esto se nos propone una constante conversión, y no solo en el tiempo de cuaresma, sino todo el tiempo. Sabiendo que somos pecadores, se nos invita a esforzarnos a cambiar cada día. Que no nos miremos a nosotros mismos con amargura, sino con misericordia, que aprendamos cada día a ser perdonados, a sentirnos amados. La oración con lágrimas y la compunción del corazón de Casiano tendría un mejor sentido así.  Se nos invita en este tiempo a la oración, la lectura y la austeridad de vida, como prácticas concretas de este tiempo. También de nos menciona la privación voluntaria de una parte de la comida, de la bebida, del sueño, de la locuacidad, de las bromas (v. 7) y da una importancia especial a la lectura divina. Para todo esto, tengamos presente la mirada del Dios misericordioso que perdona y ama. A la luz de la fe, el monje encuentra que el pecado no es más que un rechazo del Amor. Somos pecadores en tanto en cuanto hemos dado la espalda al Amor. Por último, al reflexionar sobre los  grados de humildad, éstos nos llevan a la caridad perfecta que aleja todo temor. El retorno a Dios que es Amor es la propuesta de este tiempo para descubrir la verdadera felicidad.