Lurín, 12 de diciembre de 2021
Querido Hno. Richard:
Dios llama a la vida monacal cuándo quiere y cómo quiere; hay que partir de esta realidad. La vocación a ser monje requiere como requisito principal experimentar la llamada de Dios. Unas veces resulta clara y transparente; otras veces, esa voluntad tiene que abrirse paso entre oscuridades, resistencias y para eso se necesita la lucha interior.
Las exigencias tanto espirituales como humanas son muy fuertes en tanto que abras los ojos para observar y discernir lo que Dios te vaya diciendo en este proceso que vives. Te digo esto porque a veces en el mundo encuentras ejemplos que puedes o no seguir. Por ejemplo, hay gente que no hace ningún ejercicio físico aunque viva al lado de un gimnasio. Hay personas que deciden no aprender aunque tengan delante un lugar de enseñanza. Así, uno puede decidir bien o puede decidir mal. Puedes decidir buscar ser un verdadero monje el resto de tu vida o simplemente puedes limitarte a lo básico, ponerte el hábito y no hacer nada más. Para decidir bien necesitas tener la práctica de una vida cristiana coherente, es imposible perseverar en la vida monástica sin tan siquiera entenderla.
Por eso necesitas empezar a exigirte tú mismo. Tu maestro de formación te ayudará mucho en este proceso, pero si tú mismo no te exiges al máximo, nada más puede hacer el que te guía y acompaña si tú mismo no te ofreces voluntariamente a darlo todo en esta llamada que Dios te hace.
El Evangelio que hemos leído hace unos minutos nos interpela cuando Jesús dice: “sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve a anunciar el Reino de Dios.” Poner la mano en el arado y mirar hacia atrás, no sirve para buscar el Reino de Dios. Por eso Dios te llama a darlo todo, no a medias, no busques ser medio monje o cristiano a medias, novicio a medias o profeso a medias. Te invito a darlo todo por el Señor que te ha llamado, aunque nadie a tu alrededor te lo exija. Necesitas escuchar la voz de Dios y seguir sus pasos. Nuestro Señor no fue un mediocre ni hizo las cosas a medias. ¡Todo lo hizo bien!
Cuando llamaste a la puerta para vivir en el monasterio, necesitabas como requisito principal el buscar a Dios. La búsqueda de Dios con verdad se refleja en una especial solicitud para la oración, la obediencia y la humildad en una vida ascética y entregada. La regla que has ido escuchando y meditando te ha mostrado que necesitas ser entrenado en las virtudes, en la lectio, en el silencio y en la oración.
En este tiempo que has pasado en el monasterio, entre tu aspirantado y postulantado, se te ha mostrado destellos de lo que será tu vida como una práctica de la santa Regla basada en el Evangelio. Todo lo aprendido hasta ahora necesita ser bien vivido para llegar a ser un verdadero monje, no solamente y simplemente una apariencia de monje. Si quieres ser un disfraz de monje, solo te queda vivir superficialmente. Pero si deseas ser en verdad un monje, un verdadero cristiano, un buscador de Dios, lo único que te recomiendo es que te exijas al máximo y ponte en las manos de Dios, abandónate a Dios que te llamó a servirlo toda tu vida en el monasterio. Te digo una cosa, sólo Dios ve lo que quieres interiormente. Lo que tú vivas y experimentes dentro de ti, será lo que recibas como gracia y don de parte de Dios. Al que escondió lo poco que se le dio, se le quitará hasta lo que tiene. Al que mucho se le confió se le pedirá lo que produjo, sea 5 ó 10 ó 100 veces más. Nunca te quedes dando lo mínimo, pues quizá se te quite lo poco que des. Dalo todo para que te abandones en Dios y, por su gracia, puedas entender su voluntad en tu vida.
Esta nueva etapa que vivirás en el noviciado será para ti un nuevo desafío, una nueva lucha, un mayor sacrificio. Siempre se dice que el noviciado es la mejor etapa de la formación y de la vida. Quizá sea porque entras en un tiempo de preparación a los votos monásticos, a la meditación y reflexión de lo que Dios quiere para ti.
Has dado tres nombres de los cuales se ha elegido solo uno. Recibirás un nombre nuevo y la intercesión de aquel que te acompañará por el resto de tu vida monástica. Desde hoy te llamarás Antonio, bajo la custodia y protección de San Antonio Abad, el símbolo del monje en la Iglesia. La figura del abad Antonio delineó casi definitivamente el ideal monástico que perseguirían muchos fieles de los primeros siglos y que ahora recibes su amparo y custodia. No siendo hombre de estudios, no obstante, demostró con su vida lo esencial de la vida monástica, que intenta ser precisamente lo fundamental de la práctica cristiana: una vida bautismal despojada de cualquier añadidura.
A San Antonio Abad se le conocía mucho por ser un hombre de oración, por su lucha contra el mal, contra las tentaciones y engaños del diablo. En su biografía, redactada por su discípulo y fiel seguidor, san Atanasio, se lee que al escuchar el Evangelio que el sacerdote proclamaba resonó en sus oídos estas palabras: “Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres…” Por eso, hermano, que nada te atrape y te impida correr por los caminos del Señor, por sus senderos del desprendimiento.
Te animo a comenzar este tiempo de noviciado con un espíritu alegre y animoso. No es coincidencia que hoy sea el Tercer Domingo de Adviento llamado así Gaudete, es decir, de alegría de júbilo, de regocijo. Tampoco es coincidencia que hoy sea 12 de diciembre, fecha que se recuerda la aparición de la Virgen de Guadalupe. Según la tradición, la Virgen de Guadalupe se le apareció cuatro veces a Juan Diego en el cerro del Tepeyac. El último de esos milagrosos encuentros tuvo lugar un 12 de diciembre de 1531. Ella misma te dice hoy: “No estoy aquí yo, que soy tu madre.” Vive bajo el amparo de María. Que san Juan Diego también te acompañe en tu noviciado para mostrar las rosas de tus virtudes que saldrán de tu pecho, es decir, desde tu corazón. Que Nuestra Señora de Guadalupe, san Juan Diego y San Antonio Abad intercedan por ti y tu vocación. Lo mismo haremos tus hermanos de comunidad. Cuenta con nuestras oraciones.
P. Álex Echeandía
Prior del Monasterio