¿Qué importancia tiene la Regla de San Benito para un benedictino?
En principio debemos de tener presente que un monje benedictino es un cristiano, para el cual la “Regla Máxima” es el Evangelio, la Palabra de Verbo Encarnado. Desde este punto de vista, la Regla de San Benito constituye una autentica guía espiritual que, basándose en el Evangelio, le lleva al monje como cristiano a radicalizar sus promesas bautismales, y así consagrar su vida entera exclusivamente a Dios.
El camino que propone la Regla, es el camino que siguió el propio Hijo de Dios hecho hombre que, estando en la escucha permanente de su Padre, se humilló dejando de lado su condición divina, se abajó por obediencia en el amor al Padre que, amando a los hombres, no vaciló en entregar a su Hijo y Él mismo se dio a sus hermanos a una muerte y una muerte de Cruz.
¿Qué es lo que hace a la Regla estar por encima de cada época?
Cuando hablamos de la Regla de San Benito, nos referimos a un texto del siglo VI. Ahora bien, ¿por qué está perdurando hasta nuestro tiempo? No es algo fácil de contestar.
Primeramente debemos mencionar la conformidad de ésta con la Palabra de Dios.
En segundo lugar la indiscutible calidad del código benedictino, que hizo que prevaleciera hasta alcanzar una hegemonía impresionante en la Iglesia de Occidente.
Esto se ve apoyado, en tercer lugar, con la resonancia que tiene sobre todo en el ámbito psicólogico y moral del ser humano.
En cuarto lugar debe mencionarse la gran difusión que alcanzó en los primeros siglos de la alta edad media por los monjes misioneros, es decir aquellos que al ir y estabilizarse en uno y otro lugar, la fueron implantando. Aquí cabe destacar la figura de san Agustín de Canterbury quién la llevó a Inglaterra para evangelizar a los Anglos en obediencia al Papa san Gregorio Magno. Posteriormente, los monjes anglosajones, acaudillados por hombres como san Wilibrordo y san Bonifacio, llevaron consigo la Santa Regla al emprender la evangelización de los países germánicos.
Sin embargo, san Benito de Aniano contribuyó como nadie a su triunfo definitivo. Encargado de la restauración y reorganización monástica en el Imperio Carolingio por Luis el Piadoso, se convenció de que la multiplicidad de reglas y observancias era la causa principal de la confusión y los abusos, y optó por la Regla de San Benito, que impuso a todos los monasterios en el Concilio de Aquisgrán de 817. Desde entonces, la Santa Regla dominó en casi toda la Europa Central y Occidental.
¿Por qué cree usted que la Regla fue un elemento de atracción para tanta gente?
Por la gran flexibilidad que muestra, al margen de aspectos que podríamos llamar circunstanciales muy propios del tiempo en que vivió san Benito, como las cuestiones disciplinarias, o la donación de niños…
La regla benedictina le habla básicamente al hombre de todas las épocas, que busca hacer del motivo de su existencia la búsqueda de Dios y la comunión con él. El camino que propone la regla es por excelencia una vía que re-humaniza al hombre, sacándolo de la situación a la que le somete el pecado; poniéndolo en una actitud de escucha constante y de contacto con Dios, de reencuentro con su Hacedor a quien reconoce como su Padre. De esta forma, se produce una sana afirmación de sí mismo al reconocer el propio barro del que se está hecho, con sus brillos y sus limitaciones. Igualmente, al reconocer a sus semejantes como hechura de Dios, los acoge como hermanos, porque se siente como ellos hijo del mismo Padre.
¿Qué aportó y sigue aportando la Regla de san Benito a la humanidad?
Básicamente un camino espiritual, un estilo de vida, que por ser netamente evangélico re-humaniza al hombre. De esta manera el hombre se encuentra a sí mismo y halla su lugar en el Plan creador de Dios, siguiendo el camino de Cristo que en humildad y obediencia, expresó su amor a Dios Padre y a sus hermanos.
La regla conduce al monje a la permanente Memoria de Dios. Y es Él, quién actuando en la más amada de sus criaturas, suscita una respuesta, la cuál es verdaderamente Obra de Dios u “Opus Dei”. Por el Espíritu Santo Dios mueve al ser humano y le lleva a éste a alabarlo sin cesar, bajo cuya perspectiva el trabajo o cualquier actividad humana se convierte en una extensión de la propia oración. La división entre la contemplación y la acción, nunca existió para los padres del desierto y los primeros padres de la Iglesia.
¿Cómo ve la soledad entendida desde san Benito y su propia experiencia?
El monje vive intensamente tanto la vida comunitaria en el cenobio como la vida de soledad. Para el monje, la soledad no significa un vacío o una ausencia, sino la presencia plena de Dios ante cuya mirada se tiene la convicción de estar siempre, de allí que la memoria de Dios lo inunde todo, y se perciba la presencia de Cristo mismo en el Abad o Superior, en los hermanos, en el huésped, en el necesitado, en el enfermo…
Esta amada soledad, como la llama san Benito, le permite al monje darse cuanta real de quién es y que está mandado a ser como hijo de Dios, con sus brillos y sus limitaciones.
La creación misma como expresión de la obra de Dios, junto a todo aquello que el hombre continúa haciendo en colaboración con la obra de Dios, es objeto de un especial cuidado, de allí que san Benito exhorte a que se tengan todas las cosas del monasterio como objetos sagrados del altar.
La propia experiencia enseña que una soledad, llena de Dios, como la propone san Benito, lleva a uno a descubrirse siempre amado por su Hacedor y Padre, desde su propia pequeñez e incongruencias, en entera gratuidad.
¿Qué importancia tiene el silencio en la vida monástica?
El silencio es importante en todo estado de vida y sobre todo para aquel que busca la contemplación de Dios, porque desea vivir en constante memoria de Dios. Es un medio y no un fin. El silencio centra al monje ante aquella Presencia que es primordial y que le impulsa a no echarla en olvido. Es indudable que no sólo hablamos de un silencio exterior, sino sobre todo interior.
¿Qué aptitudes requiere una persona para ser monje benedictino?
La principal de todas es que verdaderamente esté buscando a Dios, y sea Dios para él su plenitud, su más profunda pasión, en el sentido de su más caro anhelo. Si la persona está dividida tarde o temprano claudica.
También, se requiere estar dispuesto a seguir el camino de Cristo, que avanzó por la vía de la humildad y de la obediencia en amor al Padre. Humildad y obediencia van de la mano, en el sano reconocimiento de lo que se es y se está destinado a hacer dentro del Plan Salvador de Dios. Ambas aptitudes conducirán por su propio peso, en quién busca a Dios, a una intensa capacidad de escucha, porque se está seguro de la presencia de Dios.
El monje, con ayuda de sus mayores, discierne constantemente cuál es la voluntad que Dios quiere para él y va asumiendo en la Voluntad de Dios su propia voluntad ya libre de toda esclavitud.
¿Qué es ser monje benedictino hoy?
Ser monje benedictino hoy, como en todo tiempo, es ser un signo de contradicción, de reparo para sus semejantes. Para un mundo que en su avance a veces muestra que ha perdido la perspectiva de Dios y la capacidad de escucharlo, el monje se presenta como un testigo de Aquel que habla desde lo profundo de uno, que pasa al lado nuestro en la persona del otro, que se revela en los acontecimientos.
Es también ser signo de lo venidero; un vigía de Quién ha de venir con gloria y ser todo en todos; un rumiador constante de la Palabra de Dios, que hace de ella su delicia.
¿Cómo saber y reconocer el llamado de Dios a la vida monástica?
Dios suscita en aquellos que llama específicamente a la vida monástica un fuego o deseo intenso que impele hacia Dios y ante el cuál todas las cosas se relativizan, porque llega a tomarlo como plenitud.
Para aquellos, el camino evangélico, se ve marcado por un deseo profundo de soledad, para llenarla de Dios, pero también un deseo muy intenso de comunidad para compartir esa Palabra de Vida que se va encarnando en los hermanos.
Surge también una búsqueda incesante del rostro de Dios, que lleva a tener ante los ojos del alma la presencia de Dios y en la mente la memoria de Dios, para que así contemplándolo, sea llevado en toda acción.
Se produce como expresión de la vivencia interior, la capacidad de vivir un compromiso profundo de arraigo en Dios; un Dios que se siente vivo y presente en la Comunidad, a la qué se siente llamado y a la cuál por el voto de estabilidad queda ligado para siempre.
Un aspecto que se desprende de todo lo anterior, es desear constantemente realizar la voluntad de Dios, siguiendo el camino de la humildad, que exige la entrega de la propia voluntad para encontrarla, ya libre de toda esclavitud, en Dios. Sólo así se hace evidente en el monje su tercer voto, el de la conversatio morum, o cambio radical de las propias costumbres para asumir otras que le acerquen permanentemente a Dios y lo identifiquen como su hijo.
¿Cuál es el proceso para llegar a ser monje benedictino?
Inicialmente es un proceso de conocimiento donde el aquel que se siente llamado va conociendo el estilo de vida de los monjes. Posteriormente, para esclarecer los motivos de su llamado es necesario dejarse acompañar y así discernir si su llamado corresponde realmente a la búsqueda sincera de Dios y de su Santa Voluntad. Un proceso de seguimiento puede llevar hasta 6 ó 7 meses. Tras los cuales si el candidato lo requiere y la comunidad lo considera pertinente, se ingresa en calidad de aspirante por un periodo de aproximadamente 6 meses, bajo la guía de un maestro, quién en nombre de la Comunidad lo acompaña. Si persevera y la comunidad lo cree conveniente pasa a una segunda etapa llamada postulantado, por un periodo de un año. Si continua perseverando y la comunidad aprecia que busca por entero a Dios, se le acepta como novicio por un tiempo de aproximadamente 2 años. Tras los cuales si el candidato lo pide, tras larga deliberación de su compromiso y la comunidad lo considera idóneo se le permite tomar los votos temporales. Los mismos que son por tres años, pero que se extienden según el hermano y la comunidad lo consideren necesario hasta 6 años y en raros casos hasta 9. Finalmente, se realizan la profesión solemne para vivir y perseverar en el monasterio, Dios mediante, hasta la muerte.