Has cumplido ya un año de noviciado, nos hemos reunido hoy para volverte a hacer la pregunta: ¿Qué pides? Tú mismo has respondido libremente que Dios te conceda el don de la perseverancia. Por eso, a tu pedido de perseverar en tu deseo y para iluminar este acto de fe que realizas, volvamos a meditar el capítulo 58, uno de los más importantes de la Regla, pues nos deja entrever algunos de los aspectos que más valora San Benito en la vocación monástica, es decir, el modo cómo admitir a los que llaman al monasterio y qué pasos deben dar antes de emitir su profesión.
Querido Hno. Mateo:
San Benito nos dice: Cuando alguien se presenta por primera vez para abrazar la vida monástica, no se le admita con facilidad, sino, como dice el Apóstol, “examinad los espíritus, si son de Dios”. Esta idea pareciera ir en contra de lo que la sociedad busca hoy en día, la propaganda para ganar votos o cantidad de seguidores, y poder vender más y mejor el producto. Aquí, san Benito manifiesta mucha cautela y le importa mucho el concepto de vida monástica, opuesto a la idea y el afán de ser más en número, o poco discretos a la hora de admitir candidatos.
Podemos decir que en todo grupo humano donde hay un compromiso de vida hay una cierta selección de candidatos y un tiempo de prueba y aprendizaje. Así sucedió en la vida monástica prácticamente desde sus orígenes; era necesario un proceso y un discernimiento. El P. García María Colombás decía: “Los aspirantes al abrazar la vida monástica -los posibles nuevos miembros de la comunidad- proceden, sin excepción, de ese mundo exterior estragado y corruptor, hacia el que San Benito, a la par de los monjes antiguos en general, experimenta tanta desconfianza y recelo… El peligro de que con los postulantes se infiltraran en el monasterio las máximas y las costumbres mundanas, indujo a los Padres del cenobitismo a probar duramente su espíritu, la seriedad y consistencia de sus propósitos, negándoles repetidamente la entrada y, una vez admitidos, obligándolos, como posibles portadores de gérmenes nocivos para la salud de la comunidad, a observar una especie de cuarentena, durante la cual debían aplicarse con toda seriedad a reflexionar sobre su vocación, aprender el nuevo género de vida y desprenderse de sus ideas y hábitos seculares.” Podemos comparar esta idea y procedimiento a lo que nos pasa en la pandemia. Se pide guardar cierto tiempo antes de alguien se acerque a un grupo humano constituido en el tiempo, es decir, la cuarentena respectiva y la progresiva adaptación a los demás en caso se filtre cualquier mal.
No hablamos solamente de una progresiva adaptación, sino también acerca de una verdadera autenticidad en el llamado. La atención está puesta en las verdaderas motivaciones más profundas del candidato y no simplemente a dejar pasar superficialmente y sin mayor preocupación costumbres e ideas mal concebidas del mundo exterior. En nuestros tiempos ya no entran al monasterio niños oblatos sin contaminación social, sino personas adultas con una carga secular pesada. Por eso es importante, desde san Benito hasta hoy, procurar un buen discernimiento para responder con verdad a la llamada, a llenarse de Dios y a vivir en Dios.
El evangelio de hoy domingo nos habla de dar a cada uno lo que le corresponde: “Al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.” San Benito nos da la clave: discernir si el espíritu que mueve al candidato viene de Dios o no, esto es, discernir si ha recibido la vocación. Por eso, te pregunto a ti, Mateo, si en este año que ha pasado en tu noviciado has ido discerniendo si has sido llamado por Dios al punto de darle tu respuesta positiva. Es decir, si te has cuestionado acerca de la llamada que Dios te hace para servirlo toda tu vida en el monasterio.
Ser religioso es re-ligarse a Dios, es decir volverse a unir a Aquel de quien saliste y recibiste la invitación particular de la vocación monástica, y así entregar tu voluntad, tus frustraciones, tus miedos y todos tus talentos a Dios sin condiciones. Darle a Dios lo bueno, lo malo y lo feo para que seas transformado a imagen y semejanza suya, para darle a Dios lo que es de Dios.
Por eso, al escuchar cada uno de los capítulos de la Regla, al menos tres veces al año, es importante que en esta segunda parte de tu noviciado continúes haciendo un buen discernimiento que se fijará en las intenciones más profundas y en la capacidad y deseo de hacer un cambio de vida. Al venir al monasterio se tiene que manifestar de todas maneras ese deseo de cambiar de vida, no la intención de acomodar la vida pasada a un nuevo contexto. Así como Jesús nos enseña que el Reino de los cielos es de los que se hacen violencia, así el monasterio no es para los perezosos, apáticos o para los conformistas y apagados de espíritu, sino para aquellos que de verdad desean responder a la llamada de Jesús a seguirlo día a día, y purificar el propio corazón según los designios de Dios.
El hecho mismo de acercarte al monasterio ya supone una actitud arriesgada, un hacerse violencia e ir contra la corriente, no es buscar refugios o autocompasión. No es estancarse en los propios temores ni hacerte el débil. Al contrario, al entrar al monasterio uno valientemente ha sacrificado muchas cosas buenas, otros posibles ambientes, familia, amigos y posiciones en la sociedad. Te has negado a ti mismo para vivir bajo una regla y un superior, y eso es de valientes, no de conformistas y débiles de espíritu. Por ello, con frecuencia, tendrás que ver las cosas tal y como son, sin ocultar ninguna dificultad de la vida monástica, sin pretender abrillantar la realidad, para que ellas mismas descubran sus motivaciones reales.
Es una máxima en el monasterio afrontar con seriedad tu propia vida, olvidarte de un posible egocentrismo y caminar confiadamente en el Señor. Tienes a tu maestro de novicios también para acompañarte en este itinerario monástico y las demás pruebas que vendrán en esta segunda parte del noviciado. Así como das de comer y beber a las aves que hay en el monasterio y que con tanta dedicación cuidas cada vez que se enferman porque las escuchas toser o están a punto de morir, así también procura siempre sacar de ti lo mejor para alimentar a los que te rodean y salir de ti mismo para encontrar a Dios en los demás. Las aves que cuidas te enseñan a mirar los signos de los tiempos y discernir lo que Dios te va diciendo en cada momento acerca de ti mismo en tu llamado y sobre los demás en tu entrega incondicional a ese Misterio que se nos revela en las cosas más pequeñas.
Es importante tener siempre presente a Dios; es importante el haber experimentado cómo el Señor ha entrado en tu propia vida y sentir el deseo de seguirle, conocerlo y entregarte a él. Ten siempre en cuenta que tu respuesta a la llamada que Dios te hace es una tarea de toda la vida y que hay muchos momentos de prueba, tiempos de cansancio y retrocesos que pueden ser una gran tentación de cerrarte a la llamada que Dios te hace. Por eso, te animo a que te enamores cada día más de Dios, que renueves en ti el deseo de religarte al Señor que te llamó a entregarte de cuerpo y alma a su servicio y que te dio la libertad de seguirlo hasta la muerte.
P. Alex Echeandía, OSB