Primera Perseverancia del Hno. Mateo – Abril 2020

Lurín, 20 de abril de 2020 

Querido Hno. Mateo: 

Han pasado ya seis meses desde que iniciaste tu noviciado. El tiempo ha pasado muy rápido y  ya son  más de dos años desde que llegaste al monasterio de Pachacámac para responder a una llamada, a descubrir si realmente Dios te llamaba a la vida monástica.  Ahora estamos en Lurín, pero continúas  en la misma comunidad que encontraste al principio.  Ahora nos conoces un poquito más y nosotros también te vamos conociendo.  

Como sabes, la vida monástica es el inicio de la vida religiosa en la historia del cristianismo. Sin embargo, aquí en el Perú el monacato masculino no tiene mucha historia para contar. Por eso, te invito a hacer un viaje imaginario para encontrar las raíces de tu proceso formativo en el monacato cristiano.  

Desde el siglo III y IV algunos cristianos se retiraron a los desiertos para vivir una constante búsqueda de Dios y adquirir un profundo conocimiento del ser humano, reflejado entre los Abbas y las Ammas del desierto. En la soledad observaban y analizaban sus pensamientos y sentimientos y luchaban contra los “demonios” (los “logismoi” o los malos pensamientos) en una terrible batalla, hasta alcanzar la “hesykia”  o paz interior que les capacitaba para la unión profunda con Dios. 

 Estos monjes consagrados durante mucho tiempo al silencio y la soledad de sus celdas buscaron siempre un abba o un anciano para aprender de èl. Vemos ya que desde un inicio la formación para ser monje consistía en vivir como discípulo junto a un anciano. Desde el inicio estaba implícita la idea de obediencia, discipulado, humildad, tres elementos básicos de la formación de un novicio. La escucha humilde para obedecer es lo que necesitas practicar durante este tiempo que te servirá mucho a lo largo de tu vida monástica. 

Cuando el novicio llegaba al desierto, no le estaba lícito instalarse como a él le pareciera, sino que debía ponerse bajo el cuidado de un anciano espiritual y vivir constantemente en su compañía, compartiendo día a día la vida de este hombre experimentado en los caminos del espíritu, capaz de desempeñar una función institucional, cuasi sacramental, de discernimiento y acompañamiento. Tienes pues al P. Richard como tu maestro de novicios y a la comunidad como una madre fértil que engendra nuevos hijos. Existe una regla, existe un superior, existe un grupo de hermanos con quien podrás confiar y caminar por el sendero de la vida.  

Contextualizando la idea de formación en tu noviciado, Hno. Mateo. Verás en tus clases de formación la manera cómo aquellos jóvenes buscaban  y consultaban, deseaban continuamente aprender con al menos una palabra de vida. Estos jóvenes encontraban en los formadores, personas de carne y hueso, seres imbuidos del Espíritu Santo, llamados neumophóros o portadores del Espíritu, para poder comunicarlo a sus discípulos. La misión de quienes te acompañan en tu proceso, Hno. Mateo, es de despertar en ti como novicio el gusto por lo espiritual. Esto implica el desprendimiento de ti mismo y el discernimiento entre el bien y el mal. Pues es el Espíritu Santo finalmente quien será tu primer formador, luego será aquel que te acompaña en lo cotidiano y también tienes a la comunidad llamada a ser formadora.  

Una cosa es tener vocación dada por Dios y otra cosa es la aplicación de esta llamada e inserción en un grupo humano específico. La llamada de Dios se concretiza en una comunidad particular. Para esto, los Padres del Desierto también te ayudarán a aprender a convivir con los hermanos. Abba Pedro, discípulo de Lot, contó: “Un día en yo me encontraba en la celda del abba Agathòn, un discípulo vino a decirle: “Yo deseo vivir con los hermanos, dime cómo morar con ellos.” Él decía: “Nunca me dormí con un agravio contra alguien y, en la medida en que pude, no dejé jamás a nadie dormirse con un agravio contra mí.” La convivencia es un arte, es  la aplicación de tu vocación en el Oficio Divino, en el estudio y en el trabajo, en la lectio divina y en la práctica de las virtudes. 

Unos hermanos preguntaron al mismo abad Agathón: ¿Cuál es, entre las buenas obras, la virtud que demanda el mayor esfuerzo? Perdóname, dijo, pero yo creo que no hay mayor esfuerzo que rogar a Dios. Cada vez que el hombre quiere orar, sus enemigos querrán impedírselo, ya que ellos saben que no trabarán su marcha más que distrayéndolo de la oración.  Si uno emprende cualquier obra buena, si es perseverante, a través de la oración, le será necesario combatir hasta el último suspiro. Asumes pues un combate espiritual en la que la oración jugará un rol muy importante. Finalmente la oración es un diálogo, una conversación entre tú y Dios. Recuerda que muchas veces sentirás que Dios nos interpela.  

Como discípulo tendrás muchas preguntas. Aquí te invito a encontrar respuestas principalmente  mediante la Santa Escritura: la misma RB es una aplicación del Evangelio para perseguir esa perfección cristiana a la cual estamos todos llamados. Es la Regla y el Evangelio los que te acompañarán a lo largo de tu formación. El Prólogo califica al novicio como un “quien quiere que seas”: A ti pues se dirige ahora mi palabra, quien quiera que seas (RB Pròl.2) No ha habido una selección previa. Solo se le pide al candidato que “desee militar bajo Cristo el Señor” (RB Prol. 3). San Benito presenta una gran exigencia a quienes aspiran a ser monjes, que sean examinados muy atentamente, “examinad los espíritus, si son de Dios (RB 58,1). No se trata de un rigorismo moral, sino de reconocer una verdadera llamada de Dios. Por eso es importante la paciencia y la perseverancia “Si pues el que se presenta persevera llamando y después de 4 o 5 días, se viera que soporta con paciencia las injurias que se les hacen  y la dificultad de la admisión y que insiste en su petición, se le concederá el ingreso en la hospedería donde permanecerá unos días (RB 58,2-3)…” Citando la Regla se te invita pues, Hno. Mateo, a ser examinado en tu perseverancia y tu paciencia. El monje comienza un “camino de salvación” que san Benito advierte, “Que no puede iniciarse sino por un principio estrecho.” (RB 48) 

Un abad de Monserrat, Gabriel María Brasso advertía que existen ciertos peligros en los noviciados actuales.  “Hay que tener cuidado con que la formación no se desvíe de Dios: Esto ocurre cuando el novicio o junior se centra en su creatividad personal y su centro de interés no es Cristo. Nuestra vocación es cristocéntrica. Recuerda que tu mirada debe estar dirigida a Dios, de manera que cuando experimentas dificultades es a la luz de Cristo que encontrarás tus respuestas. En tu perseverancia y paciencia, sigues el camino de Cristo. En tu humildad, obediencia, docilidad de espíritu imitas la vida de Cristo. De tal manera que Dios a quien buscas debe estar siempre latente a lo largo de tu vida. Es el Señor resucitado a quien verás en la comunidad. Es con y en Cristo que rezarás el Oficio, es por amor a Cristo que combatirás en esta lucha espiritual y es en el Señor que experimentarás la Hesykia, la paz interior. Que en todas las cosas Dios sea glorificado y recuerda no anteponer nada al amor de Cristo. Tu vida es y será siempre cristocéntrica.