Impresiones sobre la Vida Monástica en ABECCA

Impresiones sobre la Vida Monástica en ABECCA en estos tiempos de cambios

Lurín, 06 de agosto 2019

Al hablar de impresiones sobre la vida monástica en ABECCA es necesario recordar que  la vida monástica como inicio de la vida religiosa en la Iglesia es relativamente reciente en América Latina. Esta forma primitiva de vida religiosa, sin embargo subsiste hasta hoy y por ende tiene las bases de un modo de ser cristiano que la hacen subsistente a través del tiempo. Por otro lado, al situarnos en el aquí y ahora, reconocemos los  cambios que han venido produciéndose en los últimos decenios que  inciden decisivamente en el modo de vivir la vida monástica y religiosa en Latinoamérica. No es simplemente repetir los dichos del pasado: antes todo era mejor, sino que las condiciones actuales crean un marco diferente en relación al ser humano, al ser consagrado. Todo no puede ser como era antes. Cada tiempo ofrece sus retos.

Estos retos también afectan a las comunidades monásticas de ABECCA por ser parte de una cultura, de un tiempo y de una circunstancia. Como se sabe, la Asociación BenedictinaCisterciense del Caribe y de los Andes, ABECCA, se extiende desde México, pasando por las Islas del Caribe, Centroamérica y terminando por los países andinos. Es decir, abraza países de norte, centro y sud América. Se ve ya, desde su geografía, un vasto y complejo corpus, incluyendo los tres idiomas requeridos cada vez que los miembros de la Asociación se reúnen cada cuatro años (español, inglés y francés). Además, existe el factor “novedad”. Como se menciona en el párrafo introductorio, nuestra historia monástica es más reciente, aunque haya destellos de presencia monástica desde fines del siglo XVI. Por el contrario, vemos, por ejemplo, cómo en Brasil la influencia portuguesa ha sido diferente en relación al influjo español en el resto del continente que ha diferenciado de un modo particular el establecimiento de vida monástica hoy. 

En el Perú, país de dónde procedo, por ejemplo, las primeras comunidades religiosas fueron misioneras muy conocidas como los dominicos, franciscanos y jesuitas, y tan relevante fueron estas órdenes que los primeros santos aparecen en el mismo siglo XVI, hablamos de Santa Rosa de Lima, Patrona de las Américas y las Antillas, y San Martín de Porres. Las comunidades monásticas no fueron permitidas venir por la corona Española al declarar al nuevo mundo una “tierra de misión”. La vida monástica retrasó su llegada entre los países de habla hispana. Ciertamente nuestra historia monástica en esta parte del continente es más reciente y esto tiene otras implicancias. Por un lado, se muestra favorable en la búsqueda de un camino de identidad con las motivaciones y posibilidades que conlleva el fervor de los que empiezan y, por otro lado, la falta de constancia y la inexperiencia para encontrar un modo específico de vivir, sea por los patrones traídos de las casas fundadoras o por los constantes cambios en este proceso de implantación que puede crear inestabilidad. Lo cierto es que los países de Latinoamérica han experimentado la implantación de la vida monástica dentro de los últimos dos siglos y hoy gozan de la inserción del monacato cristiano en la Iglesia Latinoamericana. Contamos ahora alrededor de 44 comunidades monásticas en ABECCA. Es así necesario reflexionar sobre la vida monástica  ante los nuevos retos en el contexto actual.

A mediados del 2015 participé de un encuentro junto a otros monjes benedictinos jóvenes de la Congregación Inglesa, de la que soy parte, y discutíamos temas sobre la vida monástica y cómo mejorar la vida en los monasterios, pues existe actualmente una gran preocupación sobre el futuro. La visión de la vida monástica en la actualidad está siendo replanteada en diversos campos con el fin de mejorar y redirigirse hacia lo que es indispensable en la vida del consagrado confrontado con la realidad actual.  Temas relevantes como vocaciones, liturgia, formación, gobierno, trabajo y  vida comunitaria se necesitan meditar y tomar acciones. Un ejemplo de esto es la cuestión acerca de la atmósfera que se vive en una comunidad que, finalmente, repercute en otros aspectos del monasterio; por ejemplo, qué trabajo tienen los hermanos no sacerdotes o los novicios, o cómo realizar la oración litúrgica, cómo recibir a los nuevos candidatos. Todo en realidad redunda en las actividades internas del monasterio en donde la vida monástica se va implantando en un tiempo y un lugar determinado.

Es así que al mirar a cada una de las comunidades monásticas de ABECCA, se muestra confrontada con una sociedad cambiante, con una realidad casi indiferente a los votos monásticos y a este estilo de vida. Así, una persona atea o agnóstica tal vez no le vería sentido a esta forma de vida dentro de la Iglesia, incluso muchos miembros de la Iglesia no la entienden, aunque muchas veces este modo de vivir sacude la mentalidad contemporánea.

El cambio de época ha sido relevante al hablar de la vida consagrada. Por ejemplo, vemos ahora un cambio hacia formas de vida religiosa incorporada, estilos laicales, institutos seculares y modos de consagración con menos regulaciones que encuentran un lugar en la Iglesia y en la sociedad. La pluralidad de carismas dentro de una misma identidad monástica se refleja en la identidad que presenta ABECCA en sus miembros.

Al abordar el tema de cambios vertiginosos, se observa que existen carencias de nuestro tiempo. La gente se acerca mucho menos a la Iglesia, deja de participar de las celebraciones dominicales, no se compromete en matrimonio cristiano ni acude a un sacerdote para la administración la unción cuando tiene en casa un familiar enfermo. Respecto a los sacerdotes y consagrados,  asimismo, a  veces aparecen casos en los periódicos o en las redes sociales noticias a causa de alguna situación de escándalo. Por otro lado, las sectas inflaman su oposición a la Iglesia Católica y terminan por convencer a los que tienen una pobre formación religiosa con el objetivo de cambiar de “iglesia”, mientras que otros muestran una secularización general de la vida. Se nos presenta una  sociedad secularizada que pierde poco a poco el horizonte  cristiano. 

Junto a esto se encuentra el fenómeno de la globalización, asociado a la información en tiempo real, las nuevas tecnologías, como también los continuos desplazamientos comerciales y turísticos que nos van haciendo conscientes de una red mundial globalizada. Nunca antes,  la gente ha sentido  como ahora  esta posibilidad tan real de sentirse de una misma familia. Sin embargo, hay en el ambiente un sentido de aislamiento, que no es igual que soledad. A esto se enfrenta la persona que busca a Dios en la vida monástica. La rapidez con que va el mundo se contrapone a los tiempos que marca la liturgia, los horarios monásticos, el progreso lento en las virtudes de quién busca a Dios. Es aquí que se produce el quiebre, la tensión, la desesperación por no avanzar en las buenas obras, la vocación y los votos monásticos. 

El carácter etéreo de  transitoriedad, inseguridad en todo sentido y la necesidad de realizar un continuo esfuerzo por no quedarse como abandonado  del mundo, son la cara de una realidad contraria  del actual proceso que afecta la vida de los nuevos candidatos a los monasterios y hasta para aquellos  que recientemente han hecho los votos solemnes después de un largo proceso. Detrás de muchas expectativas formadas en el mundo de internet y los teléfonos celulares se esconde un profundo malestar y desencanto por lo transitorio, por lo efímero, pero a la vez aparece la aparente dificultad de cambiar la manera de ver el mundo en el que se ha nacido y vivido en los últimos veinte o treinta años. 

Sabemos que en el pasado han existido grupos culturales y religiosos que durante siglos llevaron  caminos paralelos pero desconocidos entre sí y que hoy se entrecruzan en la cotidianeidad de cualquier gran ciudad del mundo. Somos parte de una realidad de en la que cohabitan un sincretismo religioso mezclado con la fe cristiana.  La tentación de reducirlo todo a una manera de hacer las cosas o de vivir la vida monástica  con una gran carga de relativismo, pues ahora todo se sabe, todo se ve, todo se puede experimentar. Sabemos que la comunidad monástica de un país dentro de ABECCA tiene su historia, muchas veces corta, pero ha formado un modo de adaptar la Regla de san Benito en su ser cristiano para responder a la llamada de Dios a continuar este fenómeno que surge en la Iglesia desde los primeros siglos y que busca ahondar sus raíces en Latinoamérica y el Caribe. Gracias al Cristianismo y varios siglos después el monacato, empieza a tomar cuerpo este modo de responder a Dios en una sociedad actual determinada. La tentación de ser todos lo mismo en  estilo no es la respuesta por lo que se ve hoy en las comunidades. Tenemos un denominador común, pero existe una pluralidad de expresiones en este seguimiento a Cristo. 

Otro factor es el verdadero concepto de liderazgo. Se sabe que parte de la crisis en los monasterios de Latinoamérica es la falta candidatos idóneos para asumir el reto en la dirección de comunidades. Los superiores y responsables de la formación en las casas monásticas no tienen las herramientas suficientes para poder estar formados y administrar este tipo de responsabilidades, sugerir y abordar un problema o dificultad. No obstante,  cada miembro de la comunidad necesita participar activamente en el desarrollo y bienestar de los monasterios. Aún más, el panorama se complica para aquellas comunidades  cuyo personal ha ido envejeciendo. La generación mayor suele estar en desventaja al momento de captar en lo práctico las iniciativas más convenientes, porque ha quedado en el tiempo desfasada. La generación más joven carece aún de experiencia “sapiencial”. Por otra parte,  la generación que está en plena adultez y, que oscila entre los 30 a 50 años, suele ser bastante escasa y/o estar saturada de responsabilidades comunitarias, institucionales, administrativas y pastorales. Sin embargo, al parecer, esta generación joven adulta está llamada a ser la  más apta para tener una cierta visión de conjunto de la problemática, y la mejor posicionada en ver las  condiciones al momento de proponer líneas de acción. San Benito aconseja escuchar hasta el más joven que Dios muchas veces habla por medio de él. También se lee en la Regla que los ancianos deben ser respetados y venerados. Tener jóvenes y ancianos es una riqueza para la comunidad, pero muchas veces la generación intermedia necesita disponerse mejor ante los retos que trae una sociedad en conflicto y violencia.

La violencia familiar es otro factor que afecta la futura convivencia en los monasterios. Este sentido de violencia se  refleja también en la sociedad: guerras y conflictos armados, que crea una tensión social en  la convivencia diaria. Junto a esto, la realidad social Latinoamericana vive los tiempos cortos de supervivencia que se convierten en desafíos casi diarios.  Tener que desplazarse, desprenderse y actualizarse en lapsos de tiempo cada vez menores; como así también tener que cambiar, reestructurar y adaptar actitudes, proyectos y negocios cada vez más frecuentes y fugaces. Hoy no hay tiempo para distraerse ni pestañear. En un desastre natural, sea de un volcán en Guatemala o un huracán en Puerto Rico o un terremoto en México, los que alcanzan la ayuda de auxiliados sobreviven si llegan primero, el segundo lo pierde todo, hay que actuar rápido. La rapidez social potencia la carga de angustia que lleva a un creciente número de personas hacia la desesperación. Eso se traslada también a los monasterios al ser integrados por nuevos miembros, parte de esa misma sociedad. La rivalidad por ser el primero, por obtener los beneficios ante la asechanza de un mundo amenazante.  Por un lado la violencia que afecta la parte humana y, por otro, los tiempos cortos que alteran el concepto del Dios paciente.

La situación política también influye,  cada vez más débil e insegura. Varios países de la región de ABECCA sufren un alto grado de desorden y corrupción por una crisis política y falta de valores cristianos. Se habla de una mayor libertad de opción, pero el sistema perjudica a los ciudadanos sin un criterio ético. Esta supuesta libertad llega a los monasterios en la carencia de una disposición sincera a someter la voluntad al superior que representa a Cristo. A esto se añade la crisis matrimonial que crea una mayor inseguridad en los miembros de un grupo humano. Se observa que la mayoría de familias es sostenida por la figura de la madre o de los abuelos. Decimos que la familia es la célula de la sociedad, pues si el monasterio también tiene ese modelo de vivir en comunidad, ser como una familia, también se trasladan inconscientemente las  carencias afectivas y figuras formativas.

De allí la pregunta: ¿Sobre qué convicciones anclar la vida monástica  y cómo entablar un diálogo entre la persona producto de una sociedad cambiante y lo que nos muestra el camino monástico? ¿En función a qué nos comprometemos en la vida monástica? Dios es quien llama, pero las carencias llegan a veces a afectar la salud mental y espiritual de los nuevos candidatos. No obstante, se abre también una puerta, un camino, el anhelo de un “algo más” que lo meramente acostumbrado, ante la sensación de fragmentación y fragilidad de los vínculos.  

En los tiempos de san Benito la sociedad también estaba fragmentada, los valores cristianos por los suelos y la inseguridad de no saber cómo andar. Podemos decir que el monacato cristiano naciente en Latinoamérica vive realidades similares a las que vivió san Benito. Los retos de la sociedad actual son distintos. Es un camino por descubrir y analizar para continuar escribiendo la historia de la humanidad en  circunstancias concretas. Se abre un horizonte en el “Nuevo Mundo” que mira con optimismo el futuro dentro del plan providente de Dios.  

P. Alex Echeandía. OSB

Presidente de ABECCA