Imagen de Dios en la Regla de san Benito

A lo largo de los 73 capítulos de la Regla de San Benito (RB), desde el Prólogo hasta el epílogo, hay una conciencia constante de la presencia de Dios. Al inicio de la Regla, san Benito pregunta a los monjes acerca de habitar en el Tabernáculo del Señor. Se puede olfatear ya desde un inicio ese conocimiento claro de la omnipresencia de Dios que llama a sus hijos, es decir  que “voca” y convoca a habitar en su morada.

Cada capítulo busca concientizar al monje de buscar la perfección cristiana, que no es más que vivir el Evangelio a plenitud. Por eso en cada capítulo encontramos citas bíblicas o textos parafraseados de las Escrituras pues se busca interpretar el Evangelio en un estilo y circunstancias particulares en la escuela del servicio divino como es el monasterio. La búsqueda de Dios ha de ser probada en la fe, pues en el silencio del claustro Dios se manifiesta y muestra su voluntad. El monje busca a Dios, quien lo ha buscado a él primero. La imagen de Dios para el monje es Aquél que llama a seguirlo sin reservas.

Así, san Benito concreta esa búsqueda de Dios en tres actitudes: el celo por la obra de Dios, la obediencia y las prácticas de humildad. De alguna manera estos tres aspectos están relacionados con los tres votos que el novicio deberá emitir en su profesión (conversatio morum o vivir como monje, obediencia y estabilidad) y que el monje tendrá que poner en tela de juicio para ver si es capaz de comprometerse a esta búsqueda de Dios y sus implicancias durante las etapas del noviciado que menciona la Regla.

La imagen de Dios para el monje se refleja en el celo por la obra de Dios y tiene relación con el voto de conversatio morum, pues esa obra de Dios es la vida monástica misma, cuyo eje es la liturgia. La obediencia tiene valor en sí misma, ser obediente como Cristo es obediente. Las prácticas de humildad siempre están en relación a los demás, acrisolándonos en el crisol de la vida comunitaria, por lo que hacen relación al voto de estabilidad con el que nos comprometemos a una comunidad específica.

 San Benito se fija en las cosas esenciales a la hora de discernir las vocaciones, ya que le recuerda al maestro de novicios que esté atento para ver si el candidato busca verdaderamente a Dios. Se podría haber fijado en otros aspectos más concretos de la observancia monástica, pero lo que más le preocupa es evaluar la actitud que tiene el novicio para con Dios y para con la imagen de Dios, que es el hermano. El celo por Dios es lo primero; el amor a los hermanos por la obediencia mutua y el servicio en humildad, le acompaña intrínsecamente. Si esto no brota con naturalidad en el novicio, no hay que fiarse, según se dice en la regla. Algunas personas son muy prometedoras y nos pueden cegar por sus cualidades, pero todo queda en nada si esto no existe. Creer ser religioso sin la presencia e imagen de Dios, sería un absurdo.

San Benito al hablar acerca de aquellos que desean ser monjes recalca: “Observe si pone todo su celo en la obra de Dios”. Como bien sabemos, la RB sigue a San Basilio, que cuando habla de la obra de Dios se refiere más a la vida monástica en su conjunto que solamente a la liturgia en particular.

San Benito dedica doce capítulos de su Regla al modo y disposición de celebrar los actos litúrgicos en el oratorio. Por eso la liturgia se considera una parte esencial de la vida del monje, quien consagra su vida a este servicio divino. Los efectos de esta vida litúrgica se reflejan en toda la vida del monje, en su trabajo, en la vida comunitaria y en la atención a los huéspedes que llegan al monasterio: “A todos los huéspedes que vienen al monasterio se les recibe como a Cristo, porque él dirá: fui forastero y me hospedasteis” (RB 53). La imagen de Dios es clara: la vida litúrgica y la experiencia con el prójimo.   Esta es la mayor alabanza que se puede dar al Creador. Hay que ser celoso por la obra que Dios va haciendo dentro de uno mismo, la obra que él desee hacer. Esa actitud de disponibilidad y apertura es lo que mejor define la vida del monje que en todo desea dar gloria a Dios: “Nihil amori Christi praeponere”. “No anteponer nada al amor de Cristo” (RB 4, 21).

San Benito nos dice que cuando recitamos los salmos hemos de esforzarnos para que la mente concuerde con lo que dicen nuestros labios, del mismo modo la imagen que se tiene de Dios en la experiencia litúrgica se plasma en nuestra vida, pues de lo que abunda el corazón habla la boca. Es la unidad que busca el monje, donde su propia vida es la expresión de la liturgia que celebra. Si en la liturgia celebramos el misterio salvador de Cristo, la alabanza al Padre, la unión de todos con un mismo corazón, unidos a la Iglesia y a la humanidad, entonces es que en la liturgia estamos expresando lo que deseamos vivir.

La obra de Dios expresada en la vida y la obra de Dios expresada en la liturgia forman una unidad. Por eso quien es pronto para la obra de Dios es diligente en la alabanza divina y en la vida concreta que la expresa. La Imago Dei de la Teología Cristiana basada en el libro del Génesis, Gn 1, 26-27 en el texto que dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, se cumple en la Regla de san Benito al buscar esa reditio, ese volver por el camino de la obediencia y la humildad a la unión con Dios por medio del Evangelio.

Dom Alex Echeandía, OSB

Prior del Monasterio