CONFERENCIA POR CUARESMA 2020

CONFERENCIA POR CUARESMA 2020

Monjes benedictinos de Lurín                                                                                        26 de febrero de 2020

La santa Regla nos dice que toda la vida del monje debería ser cuaresmal. San Benito en el capítulo RB 49,4 nos habla de las prácticas cuaresmales y nos da una lista indicativa de cosas que podrían y deberían hacerse para alcanzar el objetivo de la Cuaresma. Ante todo, reprimir los vicios, luchar contra ellos denodadamente, y, de ser posible, extirparlos de raíz. Este es uno de los fines del ascetismo cristiano. La lucha, la negación, la extirpación tienen el acento negativo, es decir se nos llama a remover, arrancar, cortar, retirar algo de la vida personal.

El otro ascetismo positivo consiste en plantar y cultivar las virtudes. Es decir, la acción de construir, formar y hacer crecer. La Cuaresma no consiste solo en dejar de practicar acciones anticristianas, sino en formar la imagen de Cristo, mejor dicho, dejarse formar por Cristo, a su imagen, dentro de uno mismo.

Si meditamos sobre lo recomendado por san Benito sobre la práctica de Cuaresma, en realidad vemos que  ambos fines se alcanzan al combatir los vicios, pues vencer a cada uno de ellos equivale a adquirir la virtud contraria. Es decir, si dejamos de actuar egoístamente, entonces estaremos cultivando la virtud de la caridad. San Benito, además, dice que hay que dedicarse con especial ahínco a ciertas prácticas. En esta primera lista se señala cuatro de ellas desde las que constituyen otros tantos elementos positivos y espirituales: la oración con lágrimas, la lectio divina, la compunción de corazón, la abstinencia, es decir la privación del alimento. Todo este ejercicio en el tiempo de  Cuaresma ayuda a aumentar la intensidad y la frecuencia con las que estas prácticas se realizan durante el resto del año. Pasa que si uno se propone quitar una hora a su sueño o hacer caridad con el hermano que menos empatía tiene en el monasterio o se propone trabajar con sus manos un tiempo más en el día durante cuarenta días, llega a formarse un hábito positivo que va edificando su vida cristiana en el monasterio. Prácticas forman hábitos. Por eso, la vida del monje se convierte en una vida cuaresmal donde siempre estamos llamados a una transformación a un cambio constante, a una conversión continua que nos permita prepararnos para la eterna pascua con Cristo en la vida eterna.

Podríamos citar otros muchos textos sobre la  cuaresma de diversas fuentes,  para dar un programa teórico de Cuaresma, no obstante, es preciso descender a  la práctica. (RB 49,5-7). Durante la Cuaresma añadamos algo a la tarea ordinaria: «oraciones privadas», abstinencia en la comida y en la bebida (v.5); es decir, un elemento espiritual  y otro corporal, más especificado que en la lista anterior: privarse de comida y bebida. Más adelante, en la tercera lista solo se tratará de la abstinencia; ante todo, cercenar algo en el comer y en el beber, pero también privarse de sueño y de conversaciones muchas veces útiles y provechosas (v.7). Una cosa es la teoría y otra la práctica. En la vida existen personas naturalmente graciosas, a las que privarles absolutamente de hacer chistes, casi equivale a privarles de respirar. Podemos mirar a nuestro lado y corroborar lo dicho. Por eso, san Benito recomienda reducir la medida.  Basta que se moderen un poco, por lo menos en cuaresma.

Entre las dos últimas listas inserta la Regla una observación de gran interés: las prácticas cuaresmales que se mencionan no son impuestas obligatoriamente a todos los monjes por la autoridad de la Regla o del Abad, sino simples sugerencias que se dejan a la elección de cada cual. La Regla ignora totalmente un programa preciso y obligatorio para la comunidad entera. Se trata de obras que cada cual ofrecerá a Dios voluntariamente y con «gozo del Espíritu Santo» (v.6); lo que es decir que las prácticas cuaresmales no revisten, según la Regla un carácter tenso, penoso y triste, sino ágil y gozoso; no son un peso suplementario sino muestras de generosidad que, cada uno espontánea y libremente, quiere dar a su Señor en compensación de sus negligencias y deficiencias, que lamenta profundamente. De este modo la cuaresma se llena de luz y alegría y todas sus penitencias se convierten en una preparación para el gran día: «que espere (el monje) la Santa Pascua con el gozo de un anhelo Espiritual»(v.7). Por eso, la Cuaresma no es sinónimo de tristeza y caras largas. El Evangelio que hemos escuchado hoy nos dice, el que ayune que se perfume la cabeza y manifieste la alegría de ser cristiano. La alegría de la Cuaresma se vive desde adentro. Todas las prácticas que hagamos son para Dios, no es para que nos admiren y nos vanagloriemos inclusive con nosotros mismos.

Por eso, san Benito cierra la primera parte con la frase: Sanctum Pascha expectet, nos dice la RB 49,8-10. Que espere la santa Pascua.  Así pues, comentaristas de la Regla nos mencionan que con estas palabras se cerraba el capítulo en su primera redacción. Luego, San Benito, añadió un apéndice. Acaso algunos monjes se aprovechasen de la libertad de elección que se les daba para llevar a cabo ascéticas proezas. Lo cierto es que la Regla, sin menoscabo de esa libertad, vuelve por los derechos de la obediencia.

Los planes cuaresmales de los monjes deben ser sometidos a la aprobación del superior y realizados con su beneplácito y su oración. Es esta una idea muy propia del monacato primitivo: el discípulo atribuía a la oración de su «padre espiritual», requerida antes de emprender cualquier buena obra, el éxito de la misma. El episodio de Mauro y Placido nos muestra el fruto de esta relación obediente para los frutos que vienen como consecuencia.  San Benito se mantiene, pues, en la línea de la tradición auténtica. Y termina con un principio de alcance general: «Todo debe hacerse con el consentimiento del Abad»; frase que nos acerca a RB 67,7 que nos recuerda que nada debe hacerse en el monasterio, nada absolutamente, sin la autorización del Abad. Uno de los frutos de la Cuaresma es que seamos obedientes para imitar a Cristo humilde y obediente que se entregó hasta incluso la cruz. De qué nos sirve una práctica externa sino cala en nuestra experiencia de vida interior y personal. Aquí está la llamada a interiorizar nuestra vida cristina y desde ahí crecer en los frutos que nos trae la cuaresma. Estos frutos buenos se convertirán en hábitos durante todo el año litúrgico.

Dom  Alex Echeandía