Queridos Hermanos:
Iniciamos esta cuaresma en el monasterio, siguiendo las pautas que nos muestra san Benito en su regla. El capítulo 49 trata sobre la observancia de la cuaresma y nos resuenan frases como: “La vida del monje debería seguir en todo tiempo una observancia cuaresmal”, y también, “son pocos los que tienen semejante virtud” Se nos recomienda guardar la mayor pureza de vida, evitar en estos días santos las flaquezas de otros tiempos. Para esto es importante abstenemos de todo vicio y dedicarnos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia.
Si bien todo el tiempo debiera ser cuaresmal, al menos esta décima parte del año o un poquito más, necesitamos practicar lo que nos cuesta y se nos exige realizar, como monjes, y a no repetir actos ni consentimientos que deformen la imagen de Dios en nosotros. Juan Casiano, muy familiar a nuestras lecturas y a nuestro mundo monástico, no manifiesta que este tiempo en una décima parte simboliza un “diezmo” que los seglares deben observar ante las múltiples ocupaciones, trabajos y funciones en la sociedad. A ellos los llama “imperfectos” pues necesitan pagar este tributo por su vida muy mimetizada con el mondo. Para Casiano, los monjes han entregado su vida a Dios y, por lo tanto, no necesitan el tributo.
Ahora nos preguntamos ante estas expectativas de Casiano y Benito, ¿estamos respondiendo a las exigencias cuaresmales de nuestra consagración? Si ya no necesitamos diezmo es porque se asume que la vida del monje es coherente con la llamada de Dios. ¿Cuán perfectamente estamos viviendo nuestra vocación para ir más allá de lo que se le exige a los seglares? Quizá la vida de muchos que no han hecho una consagración pública a Dios es mejor y más santa que nuestra forma de vida.
San Benito y su regla son reconocidos por ser prudentes y sencillos. Sabe de nuestro itinerario hacia Dios que para unos es más llano el camino y, para otros, se hace más complejo, pero que para todos es un camino de entrega y sacrificio. Por eso la vida del monje debe ser cuaresmal porque implica renuncia y penitencia.
Pero no toda renuncia y penitencia se realiza con espíritu cuaresmal, ya que las motivaciones puedes ser múltiples. No es lo mismo ayunar para guardar una buena figura que hacerlo por prescripción médica, por competencia de ascesis, por obligación, por carecer de alimentos, y así podemos enumerar muchas otras razones. Para vivir una vida cuaresmal sana necesitamos conocer las razones del porqué lo hacemos y la finalidad que buscamos obtener. Lo mismo, si ampliamos los parámetros hacia la vida práctica encontraremos que lo que hacemos y cómo nos comportamos responde a nuestras motivaciones acerca de la vida, acerca de nosotros mismo, acerca de Dios. Esto marca nuestro comportamiento que no es más que la consecuencia de nuestro pensar y de nuestro sentir. Pensamiento y sentimientos son anteriores a nuestros comportamientos.
Lo que buscamos en la Cuaresma es la Pascua. San Benito nos dirá luego: “el monje espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual”. La cuaresma es sinónimo de camino que dura toda una vida, pues cuarenta años simbolizan una generación para llegar a la meta de la vida eterna. Se entiende mejor ahora lo que San Benito menciona sobre la cuaresma aplicado a toda la vida del monje, porque el monje es definido en la regla como un buscador de Dios que quiere poco a poco ser purificado del corazón en la escuela del servicio divino que es el monasterio, hasta llegar al encuentro con Dios y ver Su Rostro. Este es el camino cuaresmal que nos plantea san Benito, no es simplemente cumplir normas y observancias. Es más, por medio de las normas y observancias de esta escuela podremos aprender, educarnos en la virtud para prepararnos mejor a ese encuentro con Dios.
La Regla no señala minuciosamente qué prácticas se deben realizar en la cuaresma para concluir que estamos observando a “carta cabal” una norma y un precepto. San Benito pone el énfasis en el espíritu con que se debe vivir la cuaresma: el deseo de la pascua. Ese Espíritu es el que debe animar todas nuestras renuncias y esfuerzos. Deseamos, no simplemente cumplimos. No es pasar el examen, sino es abrir el corazón con un deseo profundo. La cuaresma, como tiempo de desierto, nos invita a vivir esa experiencia purificadora en la que renunciamos a la esclavitud del pecado y a los malos hábitos y a recibir esa revelación de Dios en el silencio de nuestra celda y en la comunidad de hermanos. Se nos llama a aprender a depender totalmente de Dios.
Se nos invita a ser auténticos sobre lo que buscamos en el monasterio, sobre nuestros fundamentos y motivaciones del porqué estamos aquí. Se nos invita también a una vida de conversión como una cuaresma permanente, pues nos asechan sufrimientos, tentaciones, épocas de aridez, dificultades en la vida de comunidad. Las observancias monásticas son ya una cuaresma. Así este tiempo necesita vivirse con intensidad para que se convierta en una manera permanente de vivir nuestra vida en la tierra, buscando el cielo.
P. Alex Echeandía